Las lágrimas nos incomodan.

domingo, 11 de marzo de 2012

Cuando vemos a alguien llorando no sabemos bien qué hacer. Comenzamos a buscar en nuestra mente alguna frase que ayude o anime a la persona, o por lo menos que haga que deje de llorar. Seguramente se debe, al menos en parte, a que muchos hemos crecido en ambientes en los cuales no era aceptable llorar. De diferentes formas se nos insinuó que las lágrimas no se ven bien en los verdaderos ganadores de este mundo.
Las lágrimas, sin embargo, son una forma visible de mostrar compasión. Jesús lloró. Lloró en la tumba de Lázaro. Lloró cuando vio el estado espiritual de Jerusalén. Según Hebreos, fue oído en Getsemaní porque ofreció «ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas» (5.7).
Su ternura marca un fuerte contraste con la actitud de los pastores de Israel. La denuncia de Ezequiel constituye uno de los pasajes más duros que las Escrituras dirigen a los que ocupan puestos de responsabilidad: «No fortalecisteis a las débiles ni curasteis a la enferma; no vendasteis la perniquebrada ni volvisteis al redil a la descarriada ni buscasteis a la perdida, sino que os habéis enseñoreado de ellas con dureza y con violencia»

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